A ti, mi amor querido,
que tan lentamente se me hizo luz.
A ti, mi amor querido,
escribo con devoción estos versos.
Pido disculpas por lo pobre de mi prosa,
que tan vagamente puede describirte.
Pido disculpas porque escribo como siento
y lo que siento me cuesta describirlo.
Sé que dentro de mí hay fuego en las entrañas
y que la piel alimenta su calor de él.
Sé que en mi pecho sientes el ardor de una flama
que no deja de calentarme el corazón.
Sé que con el tiempo se han atenuado mis miedos
y que, aunque los medios han de cambiar,
poco de mí podría negarte.
Te has hecho mi musa, te has hecho mi sol,
te has hecho el brillo de mis amaneceres
y la sombra que me protege del insomnio vil.
Sé que no somos mas que un día y una noche
que quieren extenderse en la eternidad.
Oh, Verónica mía,
¿no sientes acaso mis manos arder?
si tocan tu rostro con delicadeza
cuando lo único que quiero es morir en tus labios.
¿No ves, mi amor, que solo te quiero a ti?
Mírame ahora, mírame aquí,
siendo el poeta que nunca fui.
Mírame ahora, mírame aquí,
sintiendo el amor que jamás sentí.
Solo ahora, al encontrarme en la bruma densa
del mar de nuestra felicidad,
encuentro el respiro que no podía hallar.
Poco puedo ocultarte de mí
que ya no sepas con tan poco tiempo.
Soy un desaforado, estoy hundido en los excesos.
Soy el hombre que tu padre podría odiar;
pero aquí, frente a estos versos,
te juró que jamás te habría de lastimar.
Tú, mi dulce niña, adorada mujer.
Lo daría todo por verte sonreír.
Yo vivo para mis placeres,
y de todos ellos solo muero por ti.
Tú eres mi dama de mil rosas,
tú eres mi baile al atardecer.
Besa mis labios y cállame,
que solo en tus besos me quiero perder.
A ti, mi amor eterno,
que desde hace tan poco te ataste a mí,
a ti escribo estos versos
que por hoy llegan a un fin…